miércoles, 20 de julio de 2011

Siete muertos por un accidente de tráfico en el río Alcanadre... en 1763.

El río Alcanadre, aún no siendo tan caudaloso como los ríos Cinca, Gállego o Aragón, se caracteriza por la profundidad con la que sus aguas han ido socavando el paisaje. La brecha que a modo de desfiladero fluvial separa los Somontanos de Huesca y Barbastro, ha sido siempre tan difícil de salvar por los viajeros, que en el río se colocaron enseguida los límites de casi todas las jurisdicciones. El Alcanadre no sólo es la frontera entre esas dos comarcas aragonesas, sino también entre dos partidos judiciales y entre todos los pueblos y municipios que se acercan al río a lo largo de su curso.
La palabra Alcanadre viene del árabe, "el río de los puentes", topónimo que se repite en una conocida villa riojana, arrimada al río Ebro. Y es que nuestros antepasados musulmanes tenían razón: pocos ríos en el Alto Aragón han precisado de unos puentes tan enormes como los que cruzan el Alcanadre. No en vano, en el punto de este río donde se ha trazado la recién terminada autovía entre Huesca y Lérida, perviven los restos de al menos media docena de puentes anteriores, alguno de los cuales todavía está en uso.
El 21 de julio de 1763, el arriero Bartolomé Monclús, vecino de Abiego, conducía desde la pardina de Arraro, en lo alto Sierra de Guara, un enorme carro repleto de pieles de lana, que debía llevar hasta Barbastro por encargo de los pelaires de esta ciudad. El armatoste lo antedecía un tiro con cuatro pares de mulas; y sobre la carga, estaban vigilantes dos muchachos de Panzano para que ninguna piel cayera al camino. Al descender hacia el río Alcanadre por el lado de Huesca, el carro bajaba con tanta rapidez que, según los testigos, al llegar al puente de madera que estaba al final de una larga recta, "Monclús no supo acertar a la hora de tomarlo", y el buje de la rueda delantera derecha tropezó con la baranda. El carruaje, como consecuencia de ello, dio una vuelta en el aire y se precipitó al río, arrastrando consigo todas las mulas y llevándose también la baranda y los dos niños. La mala suerte todavía hizo más: otras cinco personas que estaban cruzando a pie el largo puente, y que vieron como el carruaje se les echaba encima, se asieron a la baranda por la parte exterior de la misma, cayendo también al vacío. El balance total fue de siete muertos, de todos los enumerados salvo el propio arriero. Bartolomé Monclús esquivó la propia trajedia que había propiciado. Logró saltar a tiempo del pescante y no sufrió lesión alguna.
El arriero de Abiego fue juzgado en Zaragoza apenas dos meses después de ocurridos los hechos. En la prueba testifical, todos los concurrentes coincidieron en que el acusado era notoriamente conocido en las cañadas y caminos que había entre Huesca y Lérida por su elevada temeridad a la hora de conducir carros y por el mal cuidado que llevaba de sus bestias, que trotaban siempre enfermas y con la piel en carne viva. No en vano, había sido ya protagonista de numerosos percances, aunque ninguno tan grave como este.
Bartolomé Monclús, de más o menos 48 años, casado y padre de seis hijos "arguellados", fue condenado a galeras por tiempo de 20 años. De inmediato lo condujeron hasta la cárcel de Monjuic, en Barcelona, siendo después embarcado en dirección a las Indias Orientales (Filipinas). Su familia se quedó en la más absoluta ruina, al verse embargada y enajenada de todos sus bienes. Pero del autor de estos hechos nunca se supo más.
Texto de Ricardo Galtier-Martí
Foto del propio autor: "El Somontano de Barbastro con la Sierra de Guara al fondo"
Archivo Nobiliario de Aragón
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