jueves, 21 de julio de 2011

Miguel de Villa, vecino de Salas Altas, aparece muerto en un camino con la cabeza abierta en dos.


Hoy son todo campos de vides y de prosperidad, porque hay que ver cómo Barbastro y su contorno se ha subido al carro del siglo XXI con un pretexto: el vino. Mi abuela, nacida en la ciudad del Vero, era la primera sorprendida, porque solía decir que en sus años de juventud, antes de la guerra, el vino que se hacía a partir de las huertas de Suelves, junto al monaserio de San Francisco, era como el de Jaca en las edades media y moderna: aguachirri para el consumo propio y para la celebración.
Varios de los paisajes más beneficiados por este cambio de rumbo han sido los últimos kilómetros del río Vero y la baronía de Salas, con sus pueblos de Salas Altas y Salas Bajas, en el antiguo camino de Naval. Entre ambas Salas sólo media una carretera recta de unos tres kilómetros, que es la que se puede apreciar en la foto. Salas Altas es el pueblo más inmediato.
El 8 de agosto de 1575 amaneció el día como cabría esperarse en semejante fecha: bochornoso. Pero no por ello antes de las primeras luces los labradores iban a dejar de salir a los campos y a los huertos del Aguilar. Como todos los días, había que trabajar en ellos hasta que el calor fuera inaguantable. Pero todo se detuvo con el primer grito de alarma: entre las dos Salas, junto a "la carrera pública", había un hombre muerto, decúbito prono y con la cabeza desfigurada y reventada.
Para cuando llegó el justicia de la baronía, medio pueblo de Salas Bajas ya se había apelotonado en el lugar del suceso, por estar ellos más cerca; manifestando algunos que, por los vestidos, el sujeto era Miguel de Villa, vecino de Salas Altas, el cual había sido un loco que llevaba años librando amenazas de que iba a matarse. No en vano, la piedra que le había abierto la cabeza descansaba a su lado totalmente ensangrentada.
Para cuando el Justicia ya se había hecho sus conclusiones casi definitivas, llegaron hasta ese punto del camino varios vecinos de Salas Altas quienes, tras contemplar el cadáver, manifestaron que, efectivamente, se trataba de Miguel de Villa, vecino de su propio pueblo. Pero negaron que el sujeto estuviera loco, y mucho menos que andara por ahí anunciando su suicidio. Por contra, ante el desconcierto del juez, añadieron que el difunto había sido amenazado en numerosas ocasiones por varios vecinos de Salas Bajas, por cometer hurtos y robos que jamás se habían podido probar; y que, por tanto, cualquiera de este último pueblo podría haber sido el autor de los hechos.
En este punto del asunto, los de Salas Bajas contestaron que todo lo manifestado por sus vecinos de Salas Altas no era cierto, que del fallecido no se había sabido que robara ni hurtara nada, sino que, muy al contrario, sólo éso, que estaba muy loco y que era amigo de muchas pendencias, de frecuentar malas mujeres en el Entremuro de Barbastro, y de jugar a las cartas en cualquier despoblado.
El justicia, ante tanta discrepancia, estaba dando instrucciones a sus alguaciles para que nadie se alejara del lugar, cuando compareció a caballo el honorable Jaime de Villa, infanzón, heredero de su casa y, además, hermano del fallecido, para cuyo servicio éste había trabajado como tión. El mismo, por las ropas, reconoció que el difunto era su hermano Miguel de Villa, quien precisamente esa noche no había dormido en su cama. Preguntados los motivos por los cuales podría haber muerto, manifesto ser cierto que estaba loco; y también que andara por los lugares gritando que se iba a matar; y que, igualmente, no era menos cierto que, de paso hacia Salas Altas, en Salas Bajas había cometido numerosos hurtos, robos y tropelías, sembrando la enemistad con sus vecinos; y que, por supuesto, se iba con malas mujeres de Barbastro, incluso de Zaragoza; y que por culpa de estas malas mujeres había entrado en numerosas pendencias de las que los Justicias de estas ciudades podían dar cumplida razón. No obstante, aquello de que jugara a las cartas, lo desconocía.
El Justicia, en un último intento por llegar a algo, preguntó al infanzón si dicho Miguel, su hermano, podría haber levantado la piedra y arrojársela sobre sí; a lo cual contestó que no era posible, dado que pesaba demasiado. Preguntado por si alguien de Salas Bajas podría haberle dado muerte, contestó que ello era tan imposible como imposible que pueda haber tantas agallas en Salas Altas.
Y, por último, preguntado por si Miguel de Villa podría haber muerto por la mano airada de algún otro individuo venido de Barbastro, de Zaragoza o de cualquier otro lugar, contestó que tampoco lo veía probable, por ser algo que necesitaba de muchas molestias.
Miguel de Villa, tal y como era costumbre hacer con los que se morían en extrañas circunstancias, fue sepultado en el cementerio de Salas Altas, pegado al muro... pero por la parte de fuera.
Texto de Ricardo Galtier-Martí
Foto del propio autor: "Salas Altas visto desde la ermita de La Candelaria"
Archivo Nobiliario de Aragón
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miércoles, 20 de julio de 2011

Siete muertos por un accidente de tráfico en el río Alcanadre... en 1763.

El río Alcanadre, aún no siendo tan caudaloso como los ríos Cinca, Gállego o Aragón, se caracteriza por la profundidad con la que sus aguas han ido socavando el paisaje. La brecha que a modo de desfiladero fluvial separa los Somontanos de Huesca y Barbastro, ha sido siempre tan difícil de salvar por los viajeros, que en el río se colocaron enseguida los límites de casi todas las jurisdicciones. El Alcanadre no sólo es la frontera entre esas dos comarcas aragonesas, sino también entre dos partidos judiciales y entre todos los pueblos y municipios que se acercan al río a lo largo de su curso.
La palabra Alcanadre viene del árabe, "el río de los puentes", topónimo que se repite en una conocida villa riojana, arrimada al río Ebro. Y es que nuestros antepasados musulmanes tenían razón: pocos ríos en el Alto Aragón han precisado de unos puentes tan enormes como los que cruzan el Alcanadre. No en vano, en el punto de este río donde se ha trazado la recién terminada autovía entre Huesca y Lérida, perviven los restos de al menos media docena de puentes anteriores, alguno de los cuales todavía está en uso.
El 21 de julio de 1763, el arriero Bartolomé Monclús, vecino de Abiego, conducía desde la pardina de Arraro, en lo alto Sierra de Guara, un enorme carro repleto de pieles de lana, que debía llevar hasta Barbastro por encargo de los pelaires de esta ciudad. El armatoste lo antedecía un tiro con cuatro pares de mulas; y sobre la carga, estaban vigilantes dos muchachos de Panzano para que ninguna piel cayera al camino. Al descender hacia el río Alcanadre por el lado de Huesca, el carro bajaba con tanta rapidez que, según los testigos, al llegar al puente de madera que estaba al final de una larga recta, "Monclús no supo acertar a la hora de tomarlo", y el buje de la rueda delantera derecha tropezó con la baranda. El carruaje, como consecuencia de ello, dio una vuelta en el aire y se precipitó al río, arrastrando consigo todas las mulas y llevándose también la baranda y los dos niños. La mala suerte todavía hizo más: otras cinco personas que estaban cruzando a pie el largo puente, y que vieron como el carruaje se les echaba encima, se asieron a la baranda por la parte exterior de la misma, cayendo también al vacío. El balance total fue de siete muertos, de todos los enumerados salvo el propio arriero. Bartolomé Monclús esquivó la propia trajedia que había propiciado. Logró saltar a tiempo del pescante y no sufrió lesión alguna.
El arriero de Abiego fue juzgado en Zaragoza apenas dos meses después de ocurridos los hechos. En la prueba testifical, todos los concurrentes coincidieron en que el acusado era notoriamente conocido en las cañadas y caminos que había entre Huesca y Lérida por su elevada temeridad a la hora de conducir carros y por el mal cuidado que llevaba de sus bestias, que trotaban siempre enfermas y con la piel en carne viva. No en vano, había sido ya protagonista de numerosos percances, aunque ninguno tan grave como este.
Bartolomé Monclús, de más o menos 48 años, casado y padre de seis hijos "arguellados", fue condenado a galeras por tiempo de 20 años. De inmediato lo condujeron hasta la cárcel de Monjuic, en Barcelona, siendo después embarcado en dirección a las Indias Orientales (Filipinas). Su familia se quedó en la más absoluta ruina, al verse embargada y enajenada de todos sus bienes. Pero del autor de estos hechos nunca se supo más.
Texto de Ricardo Galtier-Martí
Foto del propio autor: "El Somontano de Barbastro con la Sierra de Guara al fondo"
Archivo Nobiliario de Aragón
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martes, 19 de julio de 2011

Asesinato en el Castillo de Tormos

El Castillo de Tormos es una torre de vigilancia medieval que se halla en las colinas que bordean el embalse de La Sotonera. Forma parte del horizonte de pueblos como Alcalá de Gurrea, Ortilla, Lupiñén o Montmesa; pero también de los recuerdos de quienes, hace años, usaban la antigua línea de autobús de Jaca a Zaragoza, que conducía Irigoyen de Biota, y hacía las revueltas de la carretera local que esquiva el pantano.
Las vistas desde este punto privilegiado son inmensas, tal y como puede verse en la foto, con la cumbre de Gratal al fondo.
En 1647, Marco de Abos y Francisco Viñau, vecinos de Lupiñén, asaltaron a Juan Lasaosa, mancebo y mercader, habitante de Almudévar, que bajaba a pie desde Biescas con varios machos que había comprado a un tratante francés, y con los que pensaba trabajar mejor sus tierras. Al pie de la colina donde se halla la Torre de Tormos, y con el pretexto de que les mostrase las magníficas bestias que traía, los de Lupiñén echaron un lazo al cuello de Juan y lo ataron a un burro viejo que traían, y lo espantaron. Juan Lasaosa debió de morir a los pocos metros de ser arrastrado, en tanto los asesinos trataron de dar alcance al burro para desatar el cadáver y dejarlo tirado. El burro, cosas de la vida, siguió corriendo en dirección a Almudévar, como si Lasaosa, agonizando, le hubera dicho donde vivía. Es así cómo se supo quiénes fueron los asesinos.
El 20 de julio de 1647, Domingo Lasaosa, mercader y padre del asesinado, dicta una Salva de Perdón de Muerte a favor de Marco de Abós y Francisco Viñau, aduciendo a su fe cristiana, a fin de que estos no sean ahorcados ante toda la vecindad de Almudévar.
Texto y foto de Ricardo Galtier-Martí
Archivo Nobiliario de Aragón
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lunes, 18 de julio de 2011

El Archivo Nobiliario de Aragón abre su Blog.

El Archivo Nobiliario de Aragón inicia su blog donde realizará la publicación de sus trabajos de investigación, sus descubrimientos documentales y todo tipo de noticias históricas y genealógicas que se refieran a esta región española.
La motivación principal de esta página es la Infrahistoria de los aragoneses, que no es otra cosa que la historia de la gente llana que discurre pararela a la Historia en mayúsculas, la de los grandes sucesos que hemos podido estudiar en los libros. Es la Historia de una vida cotidiana que, como en casi todas partes, hasta ahora siempre se ha obviado.

Foto de José Díes Claraco, "Los Maceros de Jaca".