Hoy son todo campos de vides y de prosperidad, porque hay que ver cómo Barbastro y su contorno se ha subido al carro del siglo XXI con un pretexto: el vino. Mi abuela, nacida en la ciudad del Vero, era la primera sorprendida, porque solía decir que en sus años de juventud, antes de la guerra, el vino que se hacía a partir de las huertas de Suelves, junto al monaserio de San Francisco, era como el de Jaca en las edades media y moderna: aguachirri para el consumo propio y para la celebración.
Varios de los paisajes más beneficiados por este cambio de rumbo han sido los últimos kilómetros del río Vero y la baronía de Salas, con sus pueblos de Salas Altas y Salas Bajas, en el antiguo camino de Naval. Entre ambas Salas sólo media una carretera recta de unos tres kilómetros, que es la que se puede apreciar en la foto. Salas Altas es el pueblo más inmediato.
El 8 de agosto de 1575 amaneció el día como cabría esperarse en semejante fecha: bochornoso. Pero no por ello antes de las primeras luces los labradores iban a dejar de salir a los campos y a los huertos del Aguilar. Como todos los días, había que trabajar en ellos hasta que el calor fuera inaguantable. Pero todo se detuvo con el primer grito de alarma: entre las dos Salas, junto a "la carrera pública", había un hombre muerto, decúbito prono y con la cabeza desfigurada y reventada.
Para cuando llegó el justicia de la baronía, medio pueblo de Salas Bajas ya se había apelotonado en el lugar del suceso, por estar ellos más cerca; manifestando algunos que, por los vestidos, el sujeto era Miguel de Villa, vecino de Salas Altas, el cual había sido un loco que llevaba años librando amenazas de que iba a matarse. No en vano, la piedra que le había abierto la cabeza descansaba a su lado totalmente ensangrentada.
Para cuando el Justicia ya se había hecho sus conclusiones casi definitivas, llegaron hasta ese punto del camino varios vecinos de Salas Altas quienes, tras contemplar el cadáver, manifestaron que, efectivamente, se trataba de Miguel de Villa, vecino de su propio pueblo. Pero negaron que el sujeto estuviera loco, y mucho menos que andara por ahí anunciando su suicidio. Por contra, ante el desconcierto del juez, añadieron que el difunto había sido amenazado en numerosas ocasiones por varios vecinos de Salas Bajas, por cometer hurtos y robos que jamás se habían podido probar; y que, por tanto, cualquiera de este último pueblo podría haber sido el autor de los hechos.
En este punto del asunto, los de Salas Bajas contestaron que todo lo manifestado por sus vecinos de Salas Altas no era cierto, que del fallecido no se había sabido que robara ni hurtara nada, sino que, muy al contrario, sólo éso, que estaba muy loco y que era amigo de muchas pendencias, de frecuentar malas mujeres en el Entremuro de Barbastro, y de jugar a las cartas en cualquier despoblado.
El justicia, ante tanta discrepancia, estaba dando instrucciones a sus alguaciles para que nadie se alejara del lugar, cuando compareció a caballo el honorable Jaime de Villa, infanzón, heredero de su casa y, además, hermano del fallecido, para cuyo servicio éste había trabajado como tión. El mismo, por las ropas, reconoció que el difunto era su hermano Miguel de Villa, quien precisamente esa noche no había dormido en su cama. Preguntados los motivos por los cuales podría haber muerto, manifesto ser cierto que estaba loco; y también que andara por los lugares gritando que se iba a matar; y que, igualmente, no era menos cierto que, de paso hacia Salas Altas, en Salas Bajas había cometido numerosos hurtos, robos y tropelías, sembrando la enemistad con sus vecinos; y que, por supuesto, se iba con malas mujeres de Barbastro, incluso de Zaragoza; y que por culpa de estas malas mujeres había entrado en numerosas pendencias de las que los Justicias de estas ciudades podían dar cumplida razón. No obstante, aquello de que jugara a las cartas, lo desconocía.
El Justicia, en un último intento por llegar a algo, preguntó al infanzón si dicho Miguel, su hermano, podría haber levantado la piedra y arrojársela sobre sí; a lo cual contestó que no era posible, dado que pesaba demasiado. Preguntado por si alguien de Salas Bajas podría haberle dado muerte, contestó que ello era tan imposible como imposible que pueda haber tantas agallas en Salas Altas.
Y, por último, preguntado por si Miguel de Villa podría haber muerto por la mano airada de algún otro individuo venido de Barbastro, de Zaragoza o de cualquier otro lugar, contestó que tampoco lo veía probable, por ser algo que necesitaba de muchas molestias.
Miguel de Villa, tal y como era costumbre hacer con los que se morían en extrañas circunstancias, fue sepultado en el cementerio de Salas Altas, pegado al muro... pero por la parte de fuera.
Texto de Ricardo Galtier-Martí
Foto del propio autor: "Salas Altas visto desde la ermita de La Candelaria"
Archivo Nobiliario de Aragón
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